Vuelta al mundo
Acompañado solo por el “El Médico” de Noah Gordon, a pocos días del atentado del 11 de setiembre de 2001, por invitación de ONUSIDA acepté la loca idea de tomar un vuelo hacia Melbourne, Australia.
Fue todo un periplo porque además, por esos días, debía estar en Argentina para un Congreso Latinoamericano de Derecho Médico.
Y así fue como un navegante portugués le di la vuelta al mundo en un una época en la que poca gente se atrevía a abordar a un avión.
En cada puerto llamaba por teléfono a mi madre para avisar que llegaba con vida.
Viajé de San José a Los Ángeles, y de ahí hasta Down Under, donde por dos días discutí temas de VIH/sida con media humanidad del oriente: mongoles, filipinos, neozelandeses, vietnamitas, entre otros.
Pero justo el día que partía hacia Argentina, los EEUU e Inglaterra decidieron invadir Afganistán para capturar al finado Bin Laden.
Tomé un vuelo hacia Singapur y de ahí hacia Londres.
En la pantallita en frente de mi asiento, solo esperaba que el avión pasara rápido por la zona del conflicto.
En Heathrow esperé 10 horas antes de ir a Madrid, conexión con Buenos Aires, por lo que le pregunté al oficial de migración que me permitiera salir en tránsito para ir -un toquecito- a saludar a la Reina Madre.
“Estamos en guerra, no puede salir en tránsito” me dijo.
Como Tom Hanks en La Terminal, leí, comí y dormí. Luego Barajas, Madrid y finalmente Buenos Aires.
Llegué en un momento en el que era la ciudad más cara de América Latina y con una crisis política y económica única. Atravesando la pampa dormí en un autobús hasta Córdoba donde finalmente me encontré con mis colegas del Derecho Médico.
Pero… tanto nadar para morir en la orilla: cuando tocó mi turno, los funcionarios universitarios interrumpieron toda mi conferencia con el famoso “cacerolazo” en protesta por las medidas adoptadas por el gobierno argentino.
Casi al final del periplo, regresé a Buenos Aires, donde mi amiga Che me mostró los misterios y encantos de la ciudad.
Faltaban más horas por aire pues para llegar a Costa Rica tuve que tomar un vuelo de Buenos Aires a Miami.
Llegué a casa justo a tiempo para apagar las velitas de mi cumpleaños y muy agradecido con mis angelitos de la guarda.
Lo haría otra vez, pero llevaría otro libro conmigo: “Jet Lag: Aventuras y sustos a nueve mil metros de altura” de Francesc Miralles.