Los sin techo, los sin todo

Justo en medio de la calle, cerca de la Iglesia de Santa Marta, un tipo alto, peludo como el “Yety”, harapiento y probablemente apestando a todo, con un cartel en el pecho generando lástima solicita limosna a los choferes de vehículos que lo sortean como un cono para prueba de licencia. Alrededor de Barrio México, bajo oportunos cartones, otras decenas de ellos se apiñan al paso de los transeúntes que por las mañanas caminan a sus trabajos.
Tencha de 36 años y Cleto de 57 son un matrimonio con muchas cosas en común: una lista numerosa de vástagos entre los 17 y los 2 años, una pobreza extrema y apabullante y, con amarga desventaja, para remachar su desventura, ambos son personas con VIH.
Tencha, escuálida y semi-cadavérica, cumple el papel que la sociedad la asignó: abnegada madre y fiel esposa. Cleto no cumple ningún papel, solo el de exigir que el Estado le resuelva todo.
Lo único inscrito a su nombre son sus cédulas. El Estado se encarga de que puedan contar con unas latas de zinc arriba y a los lados, que los chicos tengan pupitres y un libro. La caridad se encarga del resto, sobre todo de que puedan echarle un bocado a la tripa.
¿Por cuánto tiempo el Estado debe cargar con esto?, ¿cuántas familias más igual a esta existen?
Y ¿que es mejor, gestionar o erradicar los sin techo? No está claro ni es simple su respuesta.
Lo que sí parece necesario aceptar es que para las personas sin techo y sin todo, la dependencia generada y fomentada por el Estado debe romperse en algún momento.
Fuentes de trabajo y oportunidad siempre las hay. Lo que abundan son excusas y el fuerte deseo del confort que fomenta la caridad, que en agradecimiento muchas veces elige Presidentes.
Un reciente estudio norteamericano por ahí señala que aproximadamente un 10 % de los problemas de las personas sin techo y sin todo, son verdaderamente serios y crónicos y sobre todo muy costosos para el Estado, contados en millones de dólares al año en gastos médicos entre otras facturas.
Ese 10 %, se dice, no se resuelve con programas sociales convencionales contra la pobreza. Aunque parezca moralmente extraño e injusto para los demás pobres, a estas miserables personas hay que darles un techo de una vez por todas, sin lista de espera ni bono de la vivienda. Los números que se han hecho dan cuenta de que es más barato entregar un techo a estas personas que un monto mensual perenne como apoyo social.
La experiencia ha funcionado en la ciudad de Denver, Colorado y se ha extendido a otras ciudades y aunque parezca una solución idílica e idealista, se ha demostrado que una vez que tuvieran techo, muchos de ellos se han rehabilitado del alcohol, drogas, y delitos y han encontrado trabajo para pagar sus cuentas, incluido los gastos del techo.
El caso es que las soluciones que estadísticamente se salen de la media no pueden recibir las respuestas convencionales, porque no lo son.
La cuestión es que la mala gestión a los problemas sociales siempre parece ser la norma para intentar resolverlos, es mejor castigar que educar, por ejemplo.
Así, también es más fácil demandar un techo que buscar trabajo como que parece más económico dar casas que pagar las facturas.
A Tencha y Cleto se les acaba el subsidio del IMAS en diciembre de este año. Con seis hijos menores de edad a su cargo, con el PANI tras de ellos, sin techo, con VIH, sin trabajo y sin querer ir a buscarlo. ¿No sería mejor darles el techito de una vez por todas y que Dios los siga acompañando?
No, jamás, ellos reciben tratamiento antirretroviral a cargo de la seguridad social para que vivan más años y con mejor calidad de vida. Para que no escriban un testamento, sino una carta para obtener un empleo.
En cuanto al “Yety” y los vecinos de Barrio México. Mi pregunta no es inocente, pero es extraño, ¿pero por qué al Alcalde de San José no le funcionó con todos los que viven hoy bajo cartones?
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