Cosas que hacen las manos
Pocas veces prestamos atención a las manos.
El líder espiritual tibetano, Dalai Lama, llamó mi atención al respecto en su obra “El poder de la Compasión” en la que dedica un espacio de reflexión a la naturaleza de las manos. Señala el Dalai Lama “que si nuestras manos estuvieran hechas principalmente para golpear, estos hermosos dedos no serían necesarios. Por ejemplo, si los dedos permanecieran extendidos, los boxeadores no pueden golpear con fuerza, así que tienen que cerrar el puño. Esto significa, pienso, que nuestra estructura física básica crea una especie de naturaleza compasiva o benévola.”
¿Y qué hacen nuestras manos? José Saramago, prosigue con el tema y señala que “dicen los antropólogos que a las manos, en gran parte, debemos el cerebro que tenemos. No cuesta nada creer que sea así, tan fácil es saber lo que un cerebro es, sólo por ver lo hacen las manos.”
Me pregunto entonces: ¿ allá por el año 1997, de qué fueron capaces mis manos cuando los pacientes con cáncer sufrieron las consecuencias de la sobreirradiación en el Hospital San Juan de Dios?
Creo que estas manos fueron aptas de hacer muchas cosas, tantas que -al escribir estas palabras- han debido hacer largas pausas y restregar la cabeza para refrescar la memoria.
Recuerdo que estas manos fueron capaces de escribir las líneas de una investigación que tuvo por propósito determinar lo qué pasó.
Estas manos fueron capaces también de hacer cientos de llamadas telefónicos con el fin de encontrar respuestas a los problemas de estas personas y sus familias. Se escribieron cientos de cartas y decenas de informes. Estas manos recorrieron miles de folios clínicos llenos de exámenes de laboratorio, placas de rayos X, diagnósticos escritos en letra ilegible y estudios de trabajo social.
Otras veces, estas manos tomaron micrófonos para apoyar y respaldar las acciones de denuncia y la búsqueda de donaciones y de voluntarios que ofrecieran apoyo a estas personas. Mis manos también sudaron muchas veces, ya fuera por exceso de trabajo o por la vehemencia con la que hubo que defender los derechos de los pacientes.
Durante los fines de semana, estas manos no descansaron cuando, por el teléfono, se daba noticia de que un paciente o sus familiares necesitan apoyo. Estas manos dieron muchas veces abrazos de despedida y sacaron pañuelos del bolsillo. Lo más importante es que estas manos dieron aliento, cariño y calor humano.
De pronto, otras manos se sumaron a las mías y todas juntas se vieron conduciendo automóviles con pacientes de vuelta hacia sus casas, redactando escritos de operaciones bancarias y testamentos; otras buscaron gabachas para los médicos expertos, unas pagando multas por vehículos mal estacionados, más allá otras cerrando abruptamente puertas de despachos judiciales, comprando tablas para aplanchar ropa y cerraduras para puertas, sirviendo tamales con café y entregando regalos de Navidad a los niños.
Hoy todas nuestras manos siguen dando cariño cuando nos encontramos y así nos damos todos fuertes abrazos.
Sin embargo, ahora mis manos escriben lentamente al recordar que también movieron sillas de ruedas.
Ese mismo año de 1997, mis manos temblaron cuando –al mismo tiempo- mi padre súbitamente enfermó. A Gao Xingjian, premio Nobel de Literatura del año 2000 también una vez le diagnosticaron -por equivocación- un cáncer de pulmón.
El 4 de febrero de 2014, infortunadamente para el Día Mundial Contra el Cáncer, mis manos de nuevo humedecieron. Mi padre fue diagnosticado de cáncer de colon.
Las manos, más que todo, sirven para orar. Desafortunamente, los milagros sólo ocurren una vez.