Revelaciones
Íbamos todos de paseo familiar para el Volcán Irazú, cuando de pronto la carretera atravesó y rebasó las nubes como un jet, permitiéndonos admirarlas desde lo alto.
Emocionado, le dije a mi sobrino, Juan Andrés, de unos cinco años para ese entonces, que observara como estábamos por encima de las nubes. Fue cuando me dijo: “Entonces tío, por aquí debe estar Dios”.