La Maldición de Colón
Las Ramblas, en Barcelona es uno de mis lugares predilectos. Empezando justo en la Plaza Cataluña, la caminata puede ser tan eterna como se quiera sobre todo para detener el paso y posarse en cada rincón: el de los pintores, el de los mimos, el de las boquerias, las cervecerías y las galerías de Jean Miro. O simplemente perderse entre las viejas calzadas del Barrio Gótico o el Mercado.
He recorrido esa calzada en todas las estaciones, pero esta vez ocurrió todo bajo un intenso calor. Mi hija desesperada “se enhuelga “ y decide no dar un paso más hasta que le asegure cuánto falta para llegar al hotel. Esta vez el hotel es otro.
La primera vez que visité Las Ramblas me hospedé en el Hostal Dalí, fue en primavera. La segunda también y fue en otoño. La tercera vez, en invierno cuando casi duermo en la Plaza Cataluña. La enorme cantidad de turistas terminó con mis atrevidas visitas sin reserva de hotel.
A la huelga de no caminar por las Ramblas en busca del hotel se suma mi esposa. Desesperado me veo obligado a interrumpir a un hombre plácidamente sentado no reparando en el hecho de que le hacen una caricatura.
Ese inolvidable paseo gastronómico, de música y millares de transeúntes al final termina con el Maremagnum, donde Barcelona abraza el Mar Mediterráneo al cual Cristobal Colón sin brújula decididamente señala, dando su espalda a Las Ramblas.
Ahí justo estaría yo esperando a María, mi amiga costarricense que vive con VIH y a quien una vez le ofrecí mostrar la ciudad pero que nunca llegó. Ese día Colón me reveló su secreto. Que le han querido retirar de ahí por unos que dicen que el tuvo la culpa de todo, pero que no han podido por la fuerza de su maldicion.
Afortudamente para mi, al final de Las Ramblas hemos llegado al hotel por lo que mi familia depone la huelga. Estamos cerca del más triste y horrendo museo de cera que jamás haya visitado, pero el sitio es acogedor sobre todo porque Inti, en su recepción, nos recibe con cálida sonrisa.
Mi familia y yo recorremos Las Ramblas por tercera vez al paso de cada mimo con el cual mi hija posa.
Mis recuerdos y caminatas por Las Ramblas ha cambiado para siempre. No puedo soportar la tristeza que me embarga el saber que casi una veintena de personas fue arrollada por una camioneta a cargo de un energúmeno al que le han lavado el cerebro.
Cada vez que pueda regresaré a Barcelona. La próxima vez le rogaré a Colón que gire y apunte hacia Las Ramblas para protegerlas amenazando decididamente con su pulgar que si otro llegare a mancillar esta bella pasarela terminará con la maldición del mal de ojo de Cristobal Colón