Las sendas insospechadas de la migración. Un buen día... Bis
Paco y yo en una de esas noches de juerga
Un buen día podríamos despertar con la sorpresa de vernos obligados a entrar a otro país -para siempre- por la fila de los “visitantes” y no por la de “residentes”.
Conocí a Francisco (Paco) López, gracias a mi amigo Sergio Valverde.
En Madrid, sobre la calle Sánchez Pacheco No. 55, en un apartamento enorme y repleto de equipos musicales, mientras Paco le daba la vuelta al mundo con su Música Absoluta, viví abundantes experiencias por más de un año cuando concluía mis estudios en Salud Pública.
“Macho, estas son las reglas” me dijo Paco con vehemencia, no pudiendo ocultar su rostro de duda por este forastero: “No se puede ver televisión, nada de fiestas, y compartiremos todos los gastos”.
“Vale” acepté sin cavilar mucho pues necesitaba con prisa un lugar para vivir.
Mi sorpresa al entrar a mi habitación fue encontrarme con tres viejos televisores que “Javi”, su amigo arquitecto, acomodó como soportes de lo que fue mi escritorio de estudios.
En este apartamento dio inicio un particular intercambio cultural. Compartimos tamales con cerveza y sopa negra con vino tinto. Acuñamos juntos varias frases hispano-ticas como “Flipas mae”, o “Pura Vida Tío”.
Congeniábamos bien aun cuando éramos muy distintos. Sin embargo, teníamos algo en común: cuando nos pasábamos de copas compartíamos las penas por noviazgos truncados con chicas costarricenses.
De pronto Paco enfermó. Me convertí en cuidador y tuve que ocuparme de los oficios domésticos, los cuales intenté hacer afanosamente.
Una vez, en el tenderete, su ropa intima cayó al patio del edificio de al lado; “con un frío que te cagas macho” intenté con un cuerda y un gancho rescatar sus prendas desde un tercer piso, pero justo cuando las tenía casi en mi manos volvían a caer al precipicio. Tuve que salir “a por los calzoncillos” y pedirle el favor al portero del patio vecino.
Pero lo mejor quedó para el final cuando llegó a visitarnos su madre. Yo, que juraba que tenía el apartamento como de revista, caí para atrás cuando ella le sacó una costra gris a la tina de baño, diciendo a la vez: “cómo se nota que viven aquí dos hombres solos”.
Este relato viene a cuentas para recordar que la migración es milenaria e innata a la condición humana y que en algún momento de nuestras vidas podríamos vernos en la necesidad de recibir o ser recibidos porque las personas emigran por muchos motivos: económicos, laborales, salud, catástrofes naturales, conflictos armados, persecución, o por estudios, entre otros.
Con lo cual, hay migrantes en condición regular y otros en condición irregular. Lamentablemente, como resultado de la xenofobia y otros prejuicios, muchas personas resultan rechazadas. Muchos de mis amigos lationoamericanos fueron señalados como " sudacas " por parte de los españoles y en especial mis queridas amigas de Bogotá tuvieron que negar su origen para poder alquilar un apartamento.
Aun cuando el tema es más profundo y complejo, creo que una cosa si es cierta: es bueno recordar que quienes hemos damos acogida, súbitamente pueden convertirse en nuestros amigos y samaritanos, porque un buen día podríamos despertar con la sorpresa de vernos obligados a entrar a otro país -para siempre- por la fila de los “visitantes” y no por la de “residentes”.