Benjamín y el sétimo enano
Sirio ciego guiado por un enano en su espalda. 1860.
Benjamín, el ciego, no vivió siempre en la penumbra, ni tampoco nunca dejó de saber por dónde caminó. Santillana del Mar al norte de España allá por 1829 es la tierra que atestigua este relato.
“Las aguas malas del rio envenenaron sus ojos” alegaba su anciana madre. Era cierto, se trataba de una ceguera por un virus adquirido en las aguas de una laguna.
Ya para sus diez años, Benjamín, no alcanzaba ver ni su propia mano.
El bosque y su lago se encargaron de la maldición, pero también arrojaron el remedio.
Cuando sus ojos se cegaron por siempre, un día junto al lago, el chico sin advertir reconoció varias extrañas voces, como de juguetones niños que se le acercaron.
- No te alarmes Benjamin- dijo uno de ellos.
- Hemos recibido el encargo de cuidarte y guiarte- prosiguió el visitante.
- Somos siete enanos y nos llamamos “Avanza”, “Detente”, “Diestro”, “Zurdo”, “Sube”, “Baja”, y el último, el más pequeñín, su nombre es “Detrás”- prosiguió el más viejo de los visitantes.
- Somos unos lazarillos y todos juntos te ayudaremos a caminar de nuevo.
Bemjamín más sorprendido que asustado no comprendía lo que estaba sucediendo.
Veras, con solo escuchar a cada uno de nosotros llamar su propio nombre tú podrás caminar como si nunca hubieras perdido la vista.- Continuó otro de los bajitos.
- Benjamín, solo tienes que conocer tres condiciones: nadie puede vernos y tú no podrás revelar nuestra existencia. Lo otro es que ninguno de nosotros es capaz de hacer cosa distinta a nuestro nombre, yo soy “Avanza” con lo cual no podré hacer que te detengas, ¿comprendes lo que te digo?-
Benjamín aun atónito, asintió.
- Una cosa más, es importante que sepas que … -
- Detente ahí – dijo “Diestro” - no puedes contar más…-
Benjamín, aun sin creerlo y absorto, no inquirió en cuál sería el misterio no revelado y sin más aceptó el favor.
No fue difícil para los enanos emprender la tarea, eran unos viejos y experimentados lazarillos. No transcurrió mucho tiempo antes de que Benjamín y los siete enanos recorrieran las calles de la ciudad.
A su paso, todos quedaban pasmados de la solvencia con la que Benjamín daba paso, algunos incluso sospecharon de su ceguera. Además, daba la sensación de que no estaba solo y más bien parecía que hablaba con alguien cada vez que se hacía paso entre las personas y las cosas.
Benjamín, en gratitud con esta gracia concedida, socorrió a los chicos en la escuela y la capilla y llegó a realizar impresionantes favores al sacerdote cuando los monaguillos debían atender los deberes escolares. En la escuela, apoyó a muchos niños a salir adelante, sobre todo a los más endebles y aquejados.
El pequeño “Detrás”, siempre rezagado del grupo nunca se sintió útil. Mirando por años como todos los demás hacían que Benjamín alegre pudiera andar por doquier, “Detrás” triste esperaba el turno de poder hacer por este alegre ciego.
Transcurrieron muchos años y Benjamín se hizo viejo. Los enanos, a pesar de su magia, al fin y al cabo también se arrugaron, enfermaron y fueron muriendo.
El primero fue “Diestro”, le siguió “Zurdo”. Los giros de Benjamín hacia un lado o hacia otro se vieron perturbados. Luego murieron “Sube “ y “Baja”, y Benjamín no supo qué hacer ante las gradas de la Iglesia. Finalmente “Avanza” y luego “Detente”.
Fue cuando el ciego recordó que había una condición que no le fue revelada.
-Detrás, eres el último duende que me queda- afligido y rendido confesó el viejo ciego.
-¿Cómo podrás ayudarme? Durante todos estos años, siempre estuviste ahí, pero pocas veces me fuiste útil, las personas caminamos para adelante, no hacia atrás.
-Benjamin- eres mi amigo, confía en mí, camina hacia atrás, que yo te guiaré- Le respondió “Detrás”
-¿Pero cómo?, ¡imposible!- le replicó Benjamín –Además, ¿qué sentido tiene caminar hacia atrás si no sé dónde girar y cuándo detener mi paso?
-Da igual, no tienes ojos adelante, tampoco atrás- con fría realidad respondió el duende.
Benjamín pensó que era cierto, era una cuestión de perspectiva y de cambio de paradigma.
-Mientras caminas, recuerda todas tus obras en la escuela y la iglesia, también las alegrías y tristezas que compartimos junto a los otros enanos por tantos años- continuó el enano.
El ciego con la ayuda del duende empezó a caminar en reversa, pero de pronto todo cambió, el enano le fue indicando el camino a seguir, subiendo y bajando gradas y girando en todos los sentidos, incluso hacia adelante.
El tercer secreto le fue revelado a Benjamín. " Detras" tenía una fuerza incontenible. Para ello era necesario creer. Ese vigor hizo que Benjamín perdiera la razón. Subió y bajo por la escalinata al lado del rio, por el mercado, por entre los vendedores de flores y frutas, en medio de los jardines, por entre las granjas y por las casas cantando y bailando con júbilo.
De esta forma, el pueblo juzgando que Benjamín se había vuelto un maniático, gritó:
-¡Brujería!, ¡hechizo!, ¡hay que exorcizarlo!, !enciérrenlo!, !debe ser contagioso!-
- ¡No! - dijo Benjamín girando su cabeza hacia el cielo.
-Este es el encantamiento que solo florece cuando fueron realizadas buenas obras, cuando se rompen los paradigmas, cuando se cuenta con un amigo de verdad y sobre todo, cuando se tiene confianza en uno mismo-
Pero nadie le creyó y como loco huyó del pueblo.
Se dice por ahí que aún se escucha la trova del ciego.
Quienes lo han visto, afirman que danza solo.