Bioética floreciente
El reino botánico, en su inmensa riqueza, tiene especies como el cáctus, que se defienden sin atacar. La víctima resulta ser el intruso que, con pretensión gastronómica o simplemente voyerista, pretende irrumpir en la paz y la armonía de la especie. Otras, como el helecho, que viven del mínimo esfuerzo, atacan a sus colindantes y viven a costas del brío ajeno, de por vida en la mayoría de los casos. Están otras como el bambú, las que crecen erectas, muy fuertes y nada o casi nada las derriba. Y en seguida hay especies solas, bellas, glamorosas pero frágiles como la flor de loto que, en su pureza espiritual, no revelando su interior, se afirma fuerte a la vida que el estanque le provee. Su existencia depende de su propia suerte.
Una de las cuestiones que más diferencia al reino botánico del ser humano no es la defensa personal, que es innata en la humanidad, tampoco el aprovechamiento del esfuerzo de los otros que es tan común, ni el triunfo que alcanza la altitud del más fuerte. La gran discrepancia descansa en el deber moral en que nos encontramos todos los seres humanos de resguardar a esas personas del peligro, a esas flores, las más vulnerables.
Todas las fotos las tomé en el Jardín Botánico Else Kientzler, Costa Rica