Tennis de cristal
Que se trafique droga, que se hagan llamadas telefónicas para estafar, que se produzca una fuga, un motín o que dejen salir a unos cuantos antes de tiempo parece ser algo frecuente en una prisión.
Pero que un partido de futbol tampoco salga bien en una cárcel es algo que pocos podemos pensar.
Se trataba de una mejenga relativamente bien organizada, un aceptable césped, marcos con red, los de casa con uniformes blancos y los visitantes de amarillo y, una buena barra de vigilantes. En su barrio no hay de estas canchas, se lo certifico.
Tres a dos, el partido llevaba tan solo 25 minutos y los de blanco ya llevaban el marcador a su favor, cuando de pronto los ánimos se empezaron a caldear.
Un encamisado de amarillo en pos de defensa toca el balón con la mano.
“Amarilla” gritan todos los oponentes, pero no, el árbitro no saca la amarilla y autoriza un tiro libre.
La cosa se pone color de hormiga cuando de pronto advierto que el personal de seguridad prepara las “perreras “ y se dispone a cargar a todo el equipo de amarillo, a los visitantes. El recreo se ha acabado.
Todo es un desorden, empujones, se quitan el uniforme, se “putean “ entre ellos, le echan la culpa al árbitro y al entrenador como suele ser el futbol aquí y allá.
“Mae Chalo, mis tennis, ¿usted las cogió? “ Grita uno del equipo de casa.
“No mae” responde alguien desde adentro del vehículo.
“Puta mae, me robaron los tennis” grita el resignado jugador quien en medio del alboroto descuidó sus nuevas zapatillas.
Al partir los dos vehículos con el equipo de visitantes adentro, solo se oyen los radios decir algo al “Puesto 26”. Algo inintelegible e encriptado.
Fue cuando pude descifrar que las tennis habían aparecido en manos de uno de los visitantes y ya venían de regreso debidamente custodiadas de vuelta a su dueño.
No sea tan duro con las prisiones. En la cancha de su barrio no hubieran aparecido nunca los zapatos.
Pero que un partido de futbol tampoco salga bien en una cárcel es algo que pocos podemos pensar.
Se trataba de una mejenga relativamente bien organizada, un aceptable césped, marcos con red, los de casa con uniformes blancos y los visitantes de amarillo y, una buena barra de vigilantes. En su barrio no hay de estas canchas, se lo certifico.
Tres a dos, el partido llevaba tan solo 25 minutos y los de blanco ya llevaban el marcador a su favor, cuando de pronto los ánimos se empezaron a caldear.
Un encamisado de amarillo en pos de defensa toca el balón con la mano.
“Amarilla” gritan todos los oponentes, pero no, el árbitro no saca la amarilla y autoriza un tiro libre.
La cosa se pone color de hormiga cuando de pronto advierto que el personal de seguridad prepara las “perreras “ y se dispone a cargar a todo el equipo de amarillo, a los visitantes. El recreo se ha acabado.
Todo es un desorden, empujones, se quitan el uniforme, se “putean “ entre ellos, le echan la culpa al árbitro y al entrenador como suele ser el futbol aquí y allá.
“Mae Chalo, mis tennis, ¿usted las cogió? “ Grita uno del equipo de casa.
“No mae” responde alguien desde adentro del vehículo.
“Puta mae, me robaron los tennis” grita el resignado jugador quien en medio del alboroto descuidó sus nuevas zapatillas.
Al partir los dos vehículos con el equipo de visitantes adentro, solo se oyen los radios decir algo al “Puesto 26”. Algo inintelegible e encriptado.
Fue cuando pude descifrar que las tennis habían aparecido en manos de uno de los visitantes y ya venían de regreso debidamente custodiadas de vuelta a su dueño.
No sea tan duro con las prisiones. En la cancha de su barrio no hubieran aparecido nunca los zapatos.