Carmen Rojas Garita

Mi abuela materna. Nació en San José, el 16 de diciembre de 1914. Nació, vivió y murió en Desamparados.
Su vida de niña fue bastante triste. Hija de una empleada doméstica, fue secuestrada y puesta a trabajar forzosamente hasta que fue rescatada por su padre luego de varios años de extraviada: un terremoto en Esparza derrumbó la casa donde estaban unos niños en estado de abandono y la noticia corrió por todo el país.
Sin embargo, tuvo la oportunidad de estudiar. Fue maestra, era culta e inteligente: me ayudaba con mis tareas del colegio y aun aplico sus lecciones y expresiones, de las cuales, mi hija Isabella, ya emplea una: “chupulun”.
Era emprendedora y con espíritu empresarial: fundó la panadería Lourdes e hizo de mi abuelo Mario Monge, un mecánico de profesión con su propio taller.
Fue como un banco: siempre tenía dinero y compró varias propiedades.
Fue una artista: tejió y bordó hasta el último momento a pesar de sus cataratas y dejó una impresionante colección de obras de difícil realización según los expertos.
Era alegre: con un sorprendente sentido del humor, no me perdía un sábado por la tarde con ella.
Fue actriz de obras comunitarias, jugaba naipes pero solo apostado y ganaba con mucha frecuencia.
Fue afortunada: heredó un importante grupo de propiedades por parte de su madre adoptiva, la niña Amelia Umaña, directora de la Escuela Joaquín García Monge, parte de la cual luego tuvo de compartir con su media hermana.
Era moderna: odiaba todo lo viejo y tenía lo último en tecnología del hogar.
Fue una amiga: mi padre la adoraba, “marcaban” cuando mi madre no estaba, fue una suegra del siglo 21.
Fue mi niñera y madrina de bautizo: estuvimos siempre juntos, cuidó de mí por algún tiempo.
Su casa era el centro de la familia: era la encargada del rezo del niño y cocinaba una exquisita olla de carne, pero sobre todo desde el pretil de su casa fuimos testigos de procesiones, desfiles del 15 de setiembre y de los cuentos que nos relataban todos los que por ahí pasaban a comprar el pan de la tarde.
Era saprissista, pero no veía los partidos pues tanto si perdía como si ganaba le dolía el corazón.
Pero mi abuela estaba enferma: padecía de diabetes y tuvo varios infartos, el último acabó con ella el 30 de mayo de 1987. Sus funerales fueron muy sentidos pues todas las maestras pensionadas desamparadeñas de su generación cantaron ese día.
Mi “agüela” sigue conmigo, camina a mi lado.
r.