Visita al Buen Pastor

Muchas de ellas son mujeres maravillosas que están presas, embaucadas por sus compañeros, solo para poder dar de comer a sus hijos; hay unas que bailan música folklórica costarricense de forma encantadora.
Pero hay otras, me advirtieron, que “le faltan el respeto a los hombres” y, como en un club nocturno, piden que les muestren por lo menos las piernas.
Hace muchos años, el día que me correspondió atender un caso en la Cárcel del Buen Pastor, resolví no ir muy talladito de ropa para no provocar malos pensamientos.
Escalé decidido a la primera pasarela de mi carrera, cuando de pronto una de las chicas detrás de las barras me gritó aterrada ¡huy muchacho, usted si está gordo!
Tal vez me hizo falta ensayar un poquito el “catwalk”.
Ninguna ofensa personal o pachucada tiene licencia, pero hay raros casos en los cuales no importa, como una especie de estado de justificación para proteger otro bien.
Si con esta ofensa, ella logró salir de su fastidiosa rutina y sobre todo, descargar toda su frustración, me siento más que satisfecho.