Un riñón por un techo
“Soy un taxista formal de 34 años, gozo de buena salud y hago mucho ejercicio y estoy dispuesto a vender uno de mis riñones ya que soy padre de tres hijos y me gustaría dejarles algún día una casa propia.” La Nación. 22 de junio de 2013. Página 17 a.
Vaya pisoteada a la dignidad humana. Sin embargo, no hay sorpresa.
Hay otros que venden su dignidad al mejor postor y hacen lo que sea necesario a cambio de dinero.
Los hay de dos clases: Invisibles e invisibilizados.
Invisibilizados. Quienes venden drogas, roban y matan en barrios pobres sin futuro y sin distingo de edad. Los que bailan en el centro de una mesa y otros a domicilio en despedidas de soltero. Hombres, mujeres y transexuales que imponen un gravamen a su vida todas las noches a cambio de unos cuantos dólares que le permitan a sus hijos vestir, estudiar y tener también un techo. En otros países, se ha sabido de estudiantes de medicina que se prostituyen para pagar sus estudios. Estos terminan en la cárcel, otros mueren en casa enfermos y pobres. Los explotados.
Invisibles. Otros, con más clase, aceptan mordidas y dádivas para poder comprar también una casa, pero esta en la playa, su yate y financiar su viaje al exterior con la amante. Los secuestradores y narcos. Luego de adeudar a la seguridad social y a los impuestos, estos terminan condecorados y premiados. Los explotadores.
Ahí están a su lado, en el trabajo, la universidad, en el barrio, la fila en el banco y en el autobús. Insisto, no hay sorpresas.
No lo vemos hasta que la prensa los extirpa de su escondite.
A su paso, como luego de la tempestad, algunos solo miran la escena dantesca, y los que restan, nos quedamos recogiendo las víctimas de semejante destrozo.
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