Las manecillas de la vida
-Huida mental-
Una noche de desvelo, sin planearlo al intentar soñar, decidí convertirme en viajero del tiempo. Por si no fuera poco y como mi peor enemigo, elegí mis más infames memorias.
¿Qué pasaría si retornara a aquellos episodios trascendentales de mi vida?, ¿a aquellas equivocaciones, a aquellos malditos momentos en que tomé decisiones de arrepentirse?
Asumí el reto y embarqué.
Navegué por yerros y vacíos insalvables como cuando terminé relaciones amorosas, abandoné un atractivo puesto de trabajo y una oportunidad de estudios. Me vi obligado a recordar que caí preso en trampas de las cuáles me costó librarme como cuando me alié con el tabaco. Y un fatal accidente de tránsito, del cual salí librado, llegó como encargo celestial de otra oportunidad.
Empecé a sufrir como lo hice otrora. Pero continué con mi huida mental. De pronto, conmemoré que tuve el valor del enfrentamiento y el coraje para salir adelante. En algunos casos, hasta empezar de nuevo.
-Camino andado-
De vuelta desde ese puñado de traspiés, concluí que en buena hora todas esas penas me jorobaran la vida, que por suerte tomé esas desafortunadas decisiones, que por fortuna no acepté otro tanto de ofertas y que por dicha metí cabeza en otro manojo de apuestas.
He sido un kamikaze, un apostador y un arriesgado expedicionario. Como resultado, no he quedado ileso. Con algunas heridas y otras medallas, he proseguido.
Así fue cómo retomé mis estudios de especialización en Europa y Estados Unidos, abandoné el tabaquismo, decidí como abogado abrirme campo en el mundo de la medicina y la salud pública. Fue cuando me convertí en turista académico. Fue cuando le di otra oportunidad a Cupido. Fue cuando regresé a la Defensoría de los Habitantes. Fue cuando luché por un retoño.
En no pocos casos los resultados dependen de nosotros. En el camino encontramos obstáculos tanto para saltar, rodear como para retirarse sin intentarlo, que tampoco esto está mal; hay sucesos en la vida tan resistentes al cambio como una fosilizada piedra para un escultor.
Lo significativo en todo esto son dos cuestiones: que nadie nace aprendido y que es una obligación existencial siempre tomar una decisión.
Una decisión en uno o en otro sentido y luego echar a andar y proseguir.
El crecimiento y la fortaleza dependen de cuántos grados de inclinación más arriba le hemos puesto a la pendiente y del valor de subirla. Son los traspiés los que nos hacen mejores personas. Esta es la moraleja de mi éxodo al pasado.
Es una extraña revelación, pero mientras se suele disfrutar los éxitos, yo disfruto mis errores, porque me hicieron crecer.
Así, somos el escalonado resultado de esa maraña de aciertos y desaciertos. De esas trabas y de esas oportunidades. Somos el resultado de una historia de vida plagada de experiencias buenas y malas que imprimen el sello de la senda que seguirá.
Las manecillas de la vida no tienen cuerda atrás.
En hora buena que el tiempo no tiene retorno. De lo contrario, de poder editar el libreto de nuestras vidas para elegir solo las buenas experiencias, quizás andaríamos por ahí con arco y flecha tras la pista del jabalí.
-Anhelo-
Solo pido a Dios olfato para seguir equivocándome y valor para continuar enfrentado los desafíos con el fin de aspirar a ser un sabio y ducho anciano, que me permita -sobre todo- comprender el tierno y propio camino de la niña de mis ojos, que recién empieza a andar.