Los días de mi padre
Festejar un natalicio póstumo conduce irremediablemente al chispazo y apagón de la vida; todo en un solo acto.
1939 fue el año que vio nacer a mi padre. Fue un día como un hoy, un 19 de mayo y fue un viernes.
Quiero imaginar que ese fue un alegre, radiante y cálido día. Las pocas nubes que asomaban sus narices serían suficientes para traer consigo a los ángeles que le cuidarían por toda su vida. Y en esa fecha, para alumbrar su camino y dar entusiasmo a su vida, se asomaron, del mismo modo, los radiantes y candentes rayos del sol que le guiarían.
Como en la vida de cualquiera, durante oscuras y tenebrosas tinieblas y, bajo amenazantes y frías tempestades, el faro de su vida se apagaba Era cuando sus ángeles erguían su espada y su escudo. Por fortuna, la gracia de Dios siempre devolvía a mi padre la luz para redimir la senda.
Años más tarde, unas entrometidas nubes se adelantaron. Regresarían para meter de nuevo su nariz. Serían las mismas nubes, pero esta vez vendrían a reclamar a sus ángeles. Y esos mismos ardientes y entusiastas rayos de sol que una vez espléndidamente alumbraron su vida, de pronto extinguieron su luz.
También fue un viernes.
Festejar un natalicio póstumo conduce irremediablemente al chispazo y apagón de la vida; todo en un solo acto.
1939 fue el año que vio nacer a mi padre. Fue un día como un hoy, un 19 de mayo y fue un viernes.
Quiero imaginar que ese fue un alegre, radiante y cálido día. Las pocas nubes que asomaban sus narices serían suficientes para traer consigo a los ángeles que le cuidarían por toda su vida. Y en esa fecha, para alumbrar su camino y dar entusiasmo a su vida, se asomaron, del mismo modo, los radiantes y candentes rayos del sol que le guiarían.
Como en la vida de cualquiera, durante oscuras y tenebrosas tinieblas y, bajo amenazantes y frías tempestades, el faro de su vida se apagaba Era cuando sus ángeles erguían su espada y su escudo. Por fortuna, la gracia de Dios siempre devolvía a mi padre la luz para redimir la senda.
Años más tarde, unas entrometidas nubes se adelantaron. Regresarían para meter de nuevo su nariz. Serían las mismas nubes, pero esta vez vendrían a reclamar a sus ángeles. Y esos mismos ardientes y entusiastas rayos de sol que una vez espléndidamente alumbraron su vida, de pronto extinguieron su luz.
También fue un viernes.