Eutanasia
Del griego “Eu”: Buena y de “Thanatos“: muerte. Uno de los temas más sensibles de la vida misma. ¿Quién no ha pensado más de una vez que prefiere morir antes que quedar conectado a un equipo médico que da vida artificial o no quedar sufriendo -sin dolor- de forma insoportable?
El tema requiere ser analizado con cuidado, pues es complejo. Pero tiene una particularidad apasionante. Tiene que ver con la muerte, de la cual no nos gusta hablar, tabú. A la vez contiene una carga religiosa importante con lo cual, no nos atrevemos a cuestionar mucho.
Sobre todo tiene dos caras. La dogmática, teórica y académica que nos dice que hay dos tipos de eutanasia. La pasiva (desconectar un equipo que da vida) y la activa (inyectar con una jeringa), y ésta a su vez puede ser voluntaria (el paciente lo pide) o involuntaria (“te mato porque no te quiero ver sufrir”) y, otra que es indirecta cuando el interesado gestiona su propia muerte (“te dejo la jeringa para que te quités solo la vida”).
La otra cara es la que experimentan los médicos todos los días en las unidades de soporte vital. ¿Dónde están las fronteras entra la vida y la muerte?, ¿dejar morir es una omisión de auxilio para hacer algo por piedad?, ¿cuál es la frontera entre luchar por salvar una vida o realizar acciones inútiles, desproporcionadas que llevan al encarnizamiento terapéutico?, ¿cómo saber si estamos dando un lucha a ciegas contra la muerte?
A fin de cuantas ¿quiénes somos para insistir en que una persona debe atravesar por un sufrimiento insoportable? ¿Qué pasó con el anhelo del placer y la felicidad?, ¿No que éramos hedonistas?
Hay algunas soluciones: las solicitudes de no reanimación, los testamentos vitales y lo maravilloso de los cuidados paliativos.
Pero… la sospechosa muerte de una paciente en el Hospital San Juan de Dios ¿acaso nos dice que ésta es una realidad que está ahí y que no queremos ver, un “elephant in the room”?, ¿hora de debatir el tema?