Días de duelo
Los días que acontecen luego de la muerte de un ser querido son
continuamente asaltados por inusitados sucesos. Para empezar, se
enfría un poco el corazón y se paraliza bastante la razón.
Por fortuna, a cambio la memoria se ensancha y engorda como levadura, convirtiéndose en una infinita fuente de arrinconados recuerdos, removiendo lugares y vivencias que creíamos olvidadas por siempre.
De pronto, las expresiones corporales mudan sus aires, es cuando la carcajada y la conversación se mimetizan como si recobraran vida ajena.
Quienes más ganan son los sentidos. Mirar esas viejas fotos y escuchar los sonidos del caminar por esas familiares calles echa abajo la teoría del Déjà vu. Favorablemente, el buen comer también se ve afectado, es cuando las cenas y los brindis adquieren destellos del pasado al recobrar algún vago ingrediente o un empolvado asunto de sobremesa.
Desafortunadamente, en algunos despiadados instantes, la memoria -sin ser avisada- recibe esas visitas que siempre vienen acompañadas del desconsuelo irremediable de lo que faltó o salió mal.
Por ello, el secreto ha de estar siempre, a cierta hora y en cierto lugar, en tomar el periódico y comentar los titulares del día, al calor de dos humeantes y apetitosas tazas de café.
Por fortuna, a cambio la memoria se ensancha y engorda como levadura, convirtiéndose en una infinita fuente de arrinconados recuerdos, removiendo lugares y vivencias que creíamos olvidadas por siempre.
De pronto, las expresiones corporales mudan sus aires, es cuando la carcajada y la conversación se mimetizan como si recobraran vida ajena.
Quienes más ganan son los sentidos. Mirar esas viejas fotos y escuchar los sonidos del caminar por esas familiares calles echa abajo la teoría del Déjà vu. Favorablemente, el buen comer también se ve afectado, es cuando las cenas y los brindis adquieren destellos del pasado al recobrar algún vago ingrediente o un empolvado asunto de sobremesa.
Desafortunadamente, en algunos despiadados instantes, la memoria -sin ser avisada- recibe esas visitas que siempre vienen acompañadas del desconsuelo irremediable de lo que faltó o salió mal.
Por ello, el secreto ha de estar siempre, a cierta hora y en cierto lugar, en tomar el periódico y comentar los titulares del día, al calor de dos humeantes y apetitosas tazas de café.