Sueños de delirio
Juvenal Vargas, el más popular jardinero del Llano de Alajuelita, ese quien solo rumiaba pensamientos sobre geranios, orillitas de jardín e “hijitos” de clavelón, tuvo un sueño que nunca había soñado. Fue la noche de un sábado 20 de abril.
El jardinero, como picado por la mosca Tse- Tse, enfrentaría la Enfermedad del Sueño.
Juvenal no lo sabe, pero la Enfermedad del Sueño, Trypanosoma en África o Mal de Chagas en América Latina es un mal endémico. Es decir, se presentan menos casos de los esperados. Normalmente los más afectados son los pobres y su impacto es enorme por la desolación que deja a su paso.
Pero, como había sido advertido y desobedecido, el cambio climático acogió y encariñó a la mosca y a otros bichos. En consecuencia, no solo los pobres, todos, los ricos también fueron invitados a abrazar la pandemia.
Entre otros males, la enfermedad causa desórdenes neurológicos hasta la demencia y a veces la muerte.
Juvenal, en consecuencia empezó a delirar con un renovado mundo, con una patria mejor.
El y cientos de alegres simpatizantes de la Enfermedad del Sueño arrebataron las calles josefinas ese sábado 20 de abril.
-¡Es contagioso!- gritó asustado al principio.
Afortunadamente, le cambió el semblante cuando vio lo que vio.
Con mensajes de paz, de cambio de paradigma, de rompimiento de prejuicios y estereotipos, de alto a la discriminación y de compromiso con los demás, los parques y los paseos peatonales de la Capital fueron testigos de los más asombrosos escenarios jamás vistos.
Como los cristales de un caleidoscopio, entusiastas limonenses, tímidos indígenas, afanosos nicaragüenses, coloridos homosexuales, agitados sindicalistas y calculadores líderes se despojaron de sus etiquetas y prejuicios para dar lugar a las más alegres formaciones multicolor.
Padres, hijos y abuelos se reconciliaban. Las animales dejaron de ser lastimados y las aguas de los ríos fueron dejadas en paz.
El cielo brillaba como nunca. No hubo ensordecedores ruidos, los vehículos no escupían humo, nadie insultó, todos reciclaban.
De pronto Juvenal reconoció a un grupo de personas que amablemente compartían en uno de los parques. Eran los porteadores y los taxistas y, no muy apartado advirtió los de las concesiones.
Confundido por tan inusitadas juntas, apresuró su trastornado andar.
No muy lejos, atraído por una multitud, pudo reconocer a la Presidenta de la República, quien descendiendo de su alcázar, serena y jovialmente conversaba con muchos de todas partes en una de las plazas, la de la Democracia.
Y a pocos pasos, sobre el Parque Morazán, Juvenal se sentó a escuchar al nuevo presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la Asamblea Legislativa, un versado y abierto experto en derechos fundamentales, aprobando los proyectos de ley de Fertilización In Vitro y el de las sociedades de convivencia, entre otros papiros sin aprobar.
Por la tarde, los que portaban armas las devolvieron a su maldito escondrijo y los embusteros abdicaron. Todos se comprometían a ahorcar sus malos hábitos, a pagar sus impuestos y a no desvalijar ni al prójimo ni al Estado.
– Y no olvidemos a la Caja- dijo un moroso.
– Tampoco a los débiles- añadió el traficante.
– Y a las mujeres - completó el machista.
– Ni a mi hijastra - confesó Juvenal sin pena ni bochorno.
En medio de tan desconcertante júbilo, el último demente que clamó fue el político:
- y yo… dejaré de jurar en vano y no jalaré más agua a mis propios molinos.-
Por la noche, no hubo niños quemados porque se proscribieron los juegos de pólvora.
Tampoco accidentados. Cantineros y ebrios firmaron el pacto.
Como cerrojo del día, para poner fin al frenesí de tan alocada jornada, los rayos láser con los que siempre sueña Juvenal, se apropiaron de la noche.
Queriendo nunca caer en la cordura de la vigilia, Juvenal y otros locos, esa noche rematados por el pandémico delirio, pudieron soñar con la paz.