El ultimo atardecer
En el ocaso de su vida, temprano quizá como sucede en los inviernos, mi padre ha exhalado su último soplo.
Expiración, con la cual, mis más difíciles momentos junto a él, de igual forma se transforman en polvo.
Permanecerán por siempre solo los mejores instantes que compartí a su lado. Esos cuando conversábamos largas horas sobre política, realidad nacional, historia, cine y libros; cuando comentábamos nuestras publicaciones en Facebook, cuando jugábamos a las cartas, al elegir el más gustoso vino y el más carnoso jamón serrano, al disfrutar el béisbol todos los meses de octubre, al navegar las aguas tras juguetones delfines e imponentes ballenas, cuando gozábamos de un apacible atardecer en la costa y, por sobre todo, en no pocas ocasiones, al luchar juntos contra su muerte, porque desafiarla en brigada tantas cantidad de veces fue glorioso y memorable.
Por eso, el lugar donde fuere mi padre ha de contar con mucho de qué hablar y un parque y una banca; una biblioteca con muchas enciclopedias; con una red social para publicar datos curiosos de la vida; con una gran pantalla de televisión, y con una mesa con un mazo de naipe; no deberá faltar un viñedo y una cava; ni tampoco un museo del jamón; ha de tener un campo de béisbol, así como un mar y una barca y en especial, deberá contar con un formidable horizonte capaz de ofrecer refugio al sol. Todo descontado a un hospital, porque esos los inventamos los mortales para negarnos ingenuamente este infalible paso.
¡Que sean dos!
En el ocaso de su vida, temprano quizá como sucede en los inviernos, mi padre ha exhalado su último soplo.
Expiración, con la cual, mis más difíciles momentos junto a él, de igual forma se transforman en polvo.
Permanecerán por siempre solo los mejores instantes que compartí a su lado. Esos cuando conversábamos largas horas sobre política, realidad nacional, historia, cine y libros; cuando comentábamos nuestras publicaciones en Facebook, cuando jugábamos a las cartas, al elegir el más gustoso vino y el más carnoso jamón serrano, al disfrutar el béisbol todos los meses de octubre, al navegar las aguas tras juguetones delfines e imponentes ballenas, cuando gozábamos de un apacible atardecer en la costa y, por sobre todo, en no pocas ocasiones, al luchar juntos contra su muerte, porque desafiarla en brigada tantas cantidad de veces fue glorioso y memorable.
Por eso, el lugar donde fuere mi padre ha de contar con mucho de qué hablar y un parque y una banca; una biblioteca con muchas enciclopedias; con una red social para publicar datos curiosos de la vida; con una gran pantalla de televisión, y con una mesa con un mazo de naipe; no deberá faltar un viñedo y una cava; ni tampoco un museo del jamón; ha de tener un campo de béisbol, así como un mar y una barca y en especial, deberá contar con un formidable horizonte capaz de ofrecer refugio al sol. Todo descontado a un hospital, porque esos los inventamos los mortales para negarnos ingenuamente este infalible paso.
¡Que sean dos!