Duendes
Cuenta una buena amiga, bien seria e informada, que ella firmemente cree que cuando algo misteriosamente desaparece de nuestras manos es porque los duendes lo han tomado solo para darnos una lección por nuestros descuidos.
Evidentemente, los duendes, que no ocupan de nuestros chunches, muy amablemente los devuelven y los dejan donde los encontraron, aunque parece que si les gusta el vino y la cerveza.
Pero mejor aun, conozco bien a otra persona, más seria y más informada que la anterior, que jura haber avistado una vez junto con su hermana –cuando niñas- a unos pequeñitos seres en un bosque de Escazú. Estos duendes las invitaron a jugar, pero ellas espantadas huyeron a casa. Por supuesto nadie creyó.
Se les llama duendes, elfos o simplemente enanos. A estos pícaros y traviesos seres que los hay entre hombrecillos y bellas jóvenes oriundos de la mitología alemana y nórdica les pasa como a los sirenas, los dragones, los unicornios, las hadas y a muchos otros seres fantásticos que muchos dicen haber visto, pero que no tenemos más prueba que en las páginas de William Shakespeare y los cuentos de Blanca Nieves y Gnomeo y Julieta o de la fabrica de juguetes de Santa Claus.
¿Y si de verdad existieran? Yo los culpo cada vez que pierdo las llaves del carro o el celular. Sin embargo, debo confesar que mi esposa y yo tuvimos un par de ellos en el jardín de casa. De yeso por supuesto. Un día, misteriosamente aparecieron rotos.
La autopsia reveló autodefensa.