Un voto de confianza
El 1 de octubre de 1993, de manera oficial, la Defensoría de los Habitantes abrió sus puertas al público. Sin pretender ser la única instancia que promueve y defiende derechos humanos, creo que desde entonces hay un antes y un después en este país.
Formo parte de esta historia que para mi empezó así.
Ese día, como la institución aun no tenía sus propios vehículos llevé a don Rodrigo Alberto Carazo, primer defensor, a una ceremonia para conmemorar el Día Internacional del Adulto Mayor en la Clínica Carlos Durán.
¡Era mi oportunidad para quedar bien con el hombre! Por este motivo me lucí contándole todo lo que sabía sobre el tema.
De pronto, cerca de la Estación de Trenes al Pacífico me dijo don Rodrigo: “Carlos, le voy a enseñar un atajo, aquí siga todo recto”. Cuando de pronto apareció encima de nosotros una enorme vagoneta.
Como en la famosa escena de Steve Martin y John Candy en “Planes, Trains and Automobiles” ( 1987), el terror fue inmenso, don Rodrigo se tiró las manos a la cara y yo no dejé santo en el cielo. Por suerte, el chofer de la vagoneta evitó convertirnos en chatarra humana.
“Carlos, ir recto significa también hacer altos” me dijo entre asustado y molesto, pero luego agregó: “tenga más cuidado, yo tengo hijos”. Acabé desmoralizado.
Llegamos en silencio a la clínica donde él dio su discurso. Al final me dijo: “Carlos, devuélvase a la oficina, yo regreso con mi chofer que ya está aquí.”
Seguramente le puse cara de recurso de lástima porque de seguido colocó su mano en el hombro diciendo: “Yo sigo confiando en usted, otro día me vuelvo a montar en carro con usted”.
Fue cierto. A partir de ese momento fui su chofer hacia San Carlos, Guápiles y otro montón de lugares.
Hasta cambiamos juntos llantas desinfladas.