Caprichos de los astros
Aquel día, esa simpática anciana me suplicó ser evaluada por los expertos del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA).
Y lo hice. Lo hice a sabiendas de que había sido advertido de que la lista de pacientes era inalterable por acuerdo del OIEA y la Defensoría de los Habitantes con un total de 115 personas.
Al entrar la paciente al consultorio, el Dr. Nenot, de Francia, notó algo irregular. Luego de darme una fuerte llamada de atención por mi actitud, el médico evaluó a la anciana con el mismo esmero y diligencia clínica como si fuera de la lista. La señora estaba más sana que yo.
Pero pasó lo inesperado. Ese mismo día, como enviado por los astros, se hizo presente otro paciente que solo le faltó hincarse para que yo lo incluyera en la lista.
Como era de esperar, no lo hice. Sin embargo, a pesar de que actué en cumplimiento de un acuerdo y que abrir un portillo no era una opción, como Oskar Schindler, sufrí al ver estrellado con la realidad mi deseo de incluir a esta persona en la lista.
Dos años después, el señor me visitó en las oficinas de la Defensoría y me dijo: “Nunca había llorado tanto como ese día licenciado que usted no me aceptó para ser evaluado por los expertos; aquí le traigo la prueba de que si soy de la lista, pero no se preocupe, como buen cristiano, yo lo perdono.”
Como diría Magón: “Para justicias el tiempo”. No pude decirle nada cuando leí el reporte. Cualquier explicación era inútil para enmendar lo sucedido.
Siempre que viene a mi memoria este triste pasaje de mi vida laboral, me pregunto lo mismo: ¿por qué diablos los astros no enviaron primero a este señor antes que a la simpática anciana?
(Nota: Al final, luego de gestiones realizadas por la Defensoría de los Habitantes y otra visita de los especialistas, la lista oficial ascendió a 117 personas)