La chicharra lectora
Mientras decenas de galillos jugaban con agua bajo el ardiente sol, mis dos encarnaciones juntas y yo decidimos escalar las gradas para explorar la desolada biblioteca de la escuela. En una mano mi madre y en la otra mi hija, las tres generaciones de visita por entre millares de libros, revistas y computadoras, tropezamos de pronto con una silenciosa chicharra.
¿Por qué estás tan calladita? , preguntamos a la chicharra.
-Acaso no les han explicado que el silencio es a una biblioteca, como el bullicio a un recreo infantil- exclamó la chicharra.
Aun escuchando afuera la algarabía, asentimos los visitantes, a pesar de no haber un alma en la biblioteca.
Sin reparar en su lectura, la tomé por sus ensordecedoras alas y sin esperar su respuesta la lancé por la ventana.
Pero con sorpresa, ella dio vuelta y decidida entró de nuevo a la biblioteca.
-¡Acaso no entienden que quiero leer!- reclamó molesta la chicharra.
Con todo, la abuela la tomó suavemente en sus manos, no soportando la tentación infantil. De pronto me vi rodeado de dos curiosas chiquillas.
Fue cuando la chicharra de nuevo reclamó.
- ¡Mira quién es la que hace ruido ahora!, le respondí y sin caer en la cuenta de que se trataba de la chicharra lectora, la regresamos de vuelta al jardín.
Afligida la biblioteca continuó y la chicharra sin su libro se marchó.