Joyas vivientes
Es el verano de 2010. En México, Mérida es una de las ciudades más apacibles que he conocido. Calzadas adoquinas con terrazas repletas de comensales de aquí y de allá dispuestos a disfrutar de unos pollitos pibil, unos panuchos, unos salbutes o tal vez una sopa de lima,
Caliente llanura blanca, que al ser fundada por un hombre llamado Francisco de Montejo en 1542, motivó a mi amiga costarricense a indagar sobre los antepasados con su mismo apellido. No los encontramos por ninguna parte, a lo sumo una cerveza con su mismo titulo familiar.
Lo más impresionante estaba por llegar justo al final. En el aeropuerto tropezamos con una jarra transparente y grande que adentro contenía extrañas y brillantes criaturas que se movían torpemente en medio de unos fragmentos de madera.
Al acercarnos los descubrimos. Eran los maquech, escarabajos vivos a los cuales les incrustan joyas de todo tipo para ser lucidos en las solapas de las elegantes señoras. Una leyenda maya se ha encargado de lo que pareciera ser un lucrativo negocio que atrae a los turistas. Tal parece que un príncipe maya al pretender conquistar a una doncella prohibida fue convertido en escarabajo brillante por siempre hasta que no aparezca la chica correcta.
Tradición y leyenda desagradable para unos, para otros una moda apasionante. En cualquier caso, siempre engreídos, los seres humanos y sus vanidades, reúnen en este caso la lujuria por todo lo que brilla con el maltrato animal.