Un Land Rover delante de un caballo
Hace ya algún tiempo que dejó de cabalgar. Ni su elegante y negro Buick 1960, que fuera antes de Monseñor Rodríguez, fue tan famoso como ese doble tracción.
Fue mi abuelo Mario Monge Chavarría (1916-1996), quien sin cascos, montura, estribo ni cincha, domó ese rudo Land Rover con un caballo en el vidrio trasero.
Todos los domingos, montados en ese Land Rover, rumbo a sus antepasados, todos cabalgamos la caravana que mi abuelo se montaba. Otras veces, la expedición consistía en un sonrojado picnic de huevos duros a la orilla de la carretera.
De frente ancha, grandes entradas, nariz ñata, ojos verdes y cachazudo hablar, mi abuelo fue un gaucho de verdad. De esos que a nada temían. Con las manos en la masa primero y al final en aceite del motor, tuvo toda clase de oficios.
Fue mecánico de vehículos y esa fue su pasión. Cualquier veterano desamparadeño recordará bien su caballeriza. Eran esas viejas latas con piso de tierra al frente del parque donde descansaba su Land Rover. El taller en el que reparaba los vehículos de muchos choferes de San José, incluidos los carros de lujo de su querido primo Bernardo Monge del Hotel Irazú y los de altos funcionarios del gobierno, sin olvidar los "cacharritos " de algunos de sus amigos.
Mi abuelo pasará a la historia, por ser una de las personas más honestas que jamás haya producido esta tierra. Una vez, uno de esos altos funcionarios, le ofreció jugosas cantidades de dinero a cambio de engordadas facturas por reparación de carros del gobierno. De inmediato mi abuelo prefirió perder ese pez gordo que caer en la red.
Era exigente y mal encarado, pero sonreía -como quien no quiere la cosa- con los chistes pasados de tono.
Al ocaso de su vida, a pesar de sus dos fracturas de cadera, nunca dejó de cabalgar su rudo Land Rover del caballo atrás.
A veces conversamos. Es cuando me pregunta por qué hoy no hay caballos en los vidrios traseros de los Land Rover. Sin saber darle una explicación, solo recuerdo aquellos domingos de cabalgata en los que él daba muestras, con enorme orgullo, de lo dominado que estaba su rojo y salvaje corcel.