Buenas noches mamá
Súbitamente la vida deja de ser la misma. Un hijo cambia eternamente el prototipo de vida que se llevaba aun en los casos en los que fue planeado. ¿Cómo será cuando llega por sorpresa?
Los varones, tarde como en todo, lo aceptamos a partir del momento en que nacen nuestros hijos. Las mujeres, quienes engendran un ser en su vientre, tienen más claro un poco antes que los tiempos ya no serán los mismos. Los achaques son los primeros emisarios de cambio. Luego el cuerpo empieza a experimentar unas inusitadas mudanzas: la naturaleza se prepara para la crianza.
Cuando ello no es posible, se es madre de otra forma. Hay miles de pequeñitos que han sido albergados por madres que les ansiaron por años. Tampoco estaban preparadas, pero igual son madres esplendorosas.
Por esto, para ser madre no basta con engendrar, pero hay algo común en todas ellas.
Mucho. Intuyo que existe mucho en ellas que los varones perdimos en la evolución porque, por más que lo intentemos, no nos queda igual. Mucho que las hace responsables de nunca cesar o claudicar. Mucho más que madres, ellas cumplen con otros papeles: trabajadoras, compañeras, soñadoras por un mejor mundo para sus hijos. En soledad muchas veces, este maravilloso exceso hace de ellas modelos envidiables.
En particular, esa cuantiosa carga de bondades es responsable de llevar a los niños hasta la cama con un beso de buenas noches.
Dicen por ahí, que cuando morimos los hombres, sobre todo en soledad o en adversas situaciones como en la guerra, a la única persona que llamamos es a nuestra madre.
Es cuando volvemos a ser niños. Es cuando le pedimos a nuestra madre que nos abrace y nos de un beso de buenas noches.