Memorias de Pensacola
Billie Williams fue mi suegro adoptivo. Digámoslo de esa forma. El y su familia acogieron a su vez a mi esposa Eugenia, cuando niña, para completar su crianza y educación en los Estados Unidos.
Con apresurado inglés sureño, Billie era verdaderamente intenso, arriesgado, desafiante, fuerte de carácter, pero a la vez solidario, espiritual, alegre, cariñoso y emprendedor como buen norteamericano.
Mientras fumaba su pipa, devoraba libros por montones, unos 50 al año, desde ciencias políticas, hasta novelas de ciencia ficción, espionaje y misterio. Nuestros ojos compartieron algunas páginas sobre todo en política y economía norteamericana.
Vivimos juntos muchas aventuras tanto en Costa Rica como en los Estados Unidos. En su carro-casa, su jet sky o su ostentoso jate recorrimos el sur de los Estados Unidos por Atlanta, Luisiana, Alabama y Florida, hasta Punta Leona, San Carlos, Santa María de Dota, disfrutando desde sweet potatoe y cat fish hasta paella, compartiendo historias, riendo y aprendiendo uno del otro.
Solo en un par de veces discutimos respetuosamente porque él defendía algunos ideales republicanos que yo no comparto como la invasión a Irak y la defensa personal con armas. Así mientras el veía Fox News, yo esperaba el momento para pasarme a CNN.
Me mostró su misteriosa agenda de números de teléfono con importantes agentes de la Casa Blanca, los secretos del avión invisible del ejército norteamericano y me presentó a un puñado de excombatientes de Korea, Vietnam, Guerra del Golfo y hasta uno de la Segunda Guerra Mundial.
Por las noches en su bote, mientras nuestras chicas dormían, abríamos una botella de whisky y en un par de ocasiones debido al exceso de copas confundimos el mástil de otro velero con la luz rojiza de Marte y, una vez, hasta rompimos la ley cuando nos cobraron una multa por exceso de velocidad en el jetSky.
Tuvo todo tipo de negocios, pero el último tuvo mucho que ver con su devenir. Billie enfermó de pronto. Empezó a perder estás y sus propias memorias.
Unos Omelette fue lo último que hice por él la pasada Navidad. No eran suficientes unos huevos sobre el sartén para alguien que hizo de mi esposa una mujer honorable, esforzada y correcta.
Este es mi tributo para alguien que no le quedó ninguno de sus juguetes pero que legó una invaluable herencia de ejemplo de valor, coraje y trabajo.
Adiós Opa.
Con apresurado inglés sureño, Billie era verdaderamente intenso, arriesgado, desafiante, fuerte de carácter, pero a la vez solidario, espiritual, alegre, cariñoso y emprendedor como buen norteamericano.
Mientras fumaba su pipa, devoraba libros por montones, unos 50 al año, desde ciencias políticas, hasta novelas de ciencia ficción, espionaje y misterio. Nuestros ojos compartieron algunas páginas sobre todo en política y economía norteamericana.
Vivimos juntos muchas aventuras tanto en Costa Rica como en los Estados Unidos. En su carro-casa, su jet sky o su ostentoso jate recorrimos el sur de los Estados Unidos por Atlanta, Luisiana, Alabama y Florida, hasta Punta Leona, San Carlos, Santa María de Dota, disfrutando desde sweet potatoe y cat fish hasta paella, compartiendo historias, riendo y aprendiendo uno del otro.
Solo en un par de veces discutimos respetuosamente porque él defendía algunos ideales republicanos que yo no comparto como la invasión a Irak y la defensa personal con armas. Así mientras el veía Fox News, yo esperaba el momento para pasarme a CNN.
Me mostró su misteriosa agenda de números de teléfono con importantes agentes de la Casa Blanca, los secretos del avión invisible del ejército norteamericano y me presentó a un puñado de excombatientes de Korea, Vietnam, Guerra del Golfo y hasta uno de la Segunda Guerra Mundial.
Por las noches en su bote, mientras nuestras chicas dormían, abríamos una botella de whisky y en un par de ocasiones debido al exceso de copas confundimos el mástil de otro velero con la luz rojiza de Marte y, una vez, hasta rompimos la ley cuando nos cobraron una multa por exceso de velocidad en el jetSky.
Tuvo todo tipo de negocios, pero el último tuvo mucho que ver con su devenir. Billie enfermó de pronto. Empezó a perder estás y sus propias memorias.
Unos Omelette fue lo último que hice por él la pasada Navidad. No eran suficientes unos huevos sobre el sartén para alguien que hizo de mi esposa una mujer honorable, esforzada y correcta.
Este es mi tributo para alguien que no le quedó ninguno de sus juguetes pero que legó una invaluable herencia de ejemplo de valor, coraje y trabajo.
Adiós Opa.