Las tías Olga y Flory
Fueron mis cultas y cálidas tías octogenarias. Para ellas fui “Chito” y “Coco”. Llamada telefónica para conmemorar mi cumpleaños que nunca falló.
La mayor de los hermanos Valerio del segundo matrimonio de mi abuelo Manuel, dulce pero estricta, Flory Inés Argentina fue para mí como mi abuela paterna. Curiosamente, Argentina fue también su nombre. De piel blanca y tersa, rulos y lentos oscuros le tuve siempre un temor reverencial por su fuerte e imponente carácter. Fue maestra de educación primaria, pero se retiró antes de tiempo para convertirse en la matrona de la familia. Ese se fue el compromiso que le hizo mi abuelo y que cumplió hasta su ocaso. Incuestionablemente, muchos la obedecimos, incluso hasta el último día que la visité al hospital, cuando en sus sueños de delirio mientras le preparaba café a mi difunto padre, impidió que me fuera al acabar la visita. Asidua lectora de novelas de largometraje y profundamente religiosa, devota de la Virgen de Guadalupe siempre estuve en sus oraciones cuando yo recorría los rincones del planeta.
Olga, menudita y simpática, siempre alegre y con bella sonrisa. De bajito y enmarañado platicar fue educadora también, pero, por el contrario nada estricta; los alumnos con la peor disciplina de la Escuela Joaquín García fueron los suyos. También por sus oraciones, siempre la gratifiqué con la muñeca típica de aquel visitado rincón del planeta. Estas crónicas que hoy escribo y desde hace muchos años dieron vida por consejo de Olga; lo menos que puedo hacer por ella es dedicar estas líneas en una obra que estimuló y de la cual su espíritu está presente en cada renglón.
Fueron las últimas de una larga lista de hermanos. Cuando su salud se complicó, la vida las compensó con el cariño y soporte de una veintena de sobrinos. Fue cuando retomamos con mis paellas los almuerzos del tío de Eduardo, los solemnes actos cívicos del 15 de setiembre y por supuesto para Navidad con miles de regalos para todos. Ponernos de acuerdo no fue siempre fácil, pero siempre reinó el amor y bienestar de tías. Unos más que otros, todos cumplimos algún papel según nuestras propias fortalezas.
Flory fue la primera el 27 de junio de 2023, luego de una prolongada complicación que empezó con una ceguera parcial que la obligó a abandonar por siempre sus libros y que terminó con olvidar los recuerdos de sus lecturas.
Es verdad que las orquídeas sin su tronco no viven por sí mismas por largo tiempo. No pasó mucho tiempo antes de que Olga asimismo se transformara en dulces cenizas el 3 de octubre del mismo año.
Barrio Córdoba no será más su residencia. El Cementerio General de San José será en adelante y por siempre la plaza donde habrá de desfilar el 15 de setiembre, la mesa para discutir de política, la biblioteca de las lecturas familiares, la cocina de las interminables conversaciones, el sitio desde donde se escuchan hoy los rezos por la dicha de todos los sobrinos, el imperecedero refugio de la familia Valerio todas las tardes de sábado.
La mayor de los hermanos Valerio del segundo matrimonio de mi abuelo Manuel, dulce pero estricta, Flory Inés Argentina fue para mí como mi abuela paterna. Curiosamente, Argentina fue también su nombre. De piel blanca y tersa, rulos y lentos oscuros le tuve siempre un temor reverencial por su fuerte e imponente carácter. Fue maestra de educación primaria, pero se retiró antes de tiempo para convertirse en la matrona de la familia. Ese se fue el compromiso que le hizo mi abuelo y que cumplió hasta su ocaso. Incuestionablemente, muchos la obedecimos, incluso hasta el último día que la visité al hospital, cuando en sus sueños de delirio mientras le preparaba café a mi difunto padre, impidió que me fuera al acabar la visita. Asidua lectora de novelas de largometraje y profundamente religiosa, devota de la Virgen de Guadalupe siempre estuve en sus oraciones cuando yo recorría los rincones del planeta.
Olga, menudita y simpática, siempre alegre y con bella sonrisa. De bajito y enmarañado platicar fue educadora también, pero, por el contrario nada estricta; los alumnos con la peor disciplina de la Escuela Joaquín García fueron los suyos. También por sus oraciones, siempre la gratifiqué con la muñeca típica de aquel visitado rincón del planeta. Estas crónicas que hoy escribo y desde hace muchos años dieron vida por consejo de Olga; lo menos que puedo hacer por ella es dedicar estas líneas en una obra que estimuló y de la cual su espíritu está presente en cada renglón.
Fueron las últimas de una larga lista de hermanos. Cuando su salud se complicó, la vida las compensó con el cariño y soporte de una veintena de sobrinos. Fue cuando retomamos con mis paellas los almuerzos del tío de Eduardo, los solemnes actos cívicos del 15 de setiembre y por supuesto para Navidad con miles de regalos para todos. Ponernos de acuerdo no fue siempre fácil, pero siempre reinó el amor y bienestar de tías. Unos más que otros, todos cumplimos algún papel según nuestras propias fortalezas.
Flory fue la primera el 27 de junio de 2023, luego de una prolongada complicación que empezó con una ceguera parcial que la obligó a abandonar por siempre sus libros y que terminó con olvidar los recuerdos de sus lecturas.
Es verdad que las orquídeas sin su tronco no viven por sí mismas por largo tiempo. No pasó mucho tiempo antes de que Olga asimismo se transformara en dulces cenizas el 3 de octubre del mismo año.
Barrio Córdoba no será más su residencia. El Cementerio General de San José será en adelante y por siempre la plaza donde habrá de desfilar el 15 de setiembre, la mesa para discutir de política, la biblioteca de las lecturas familiares, la cocina de las interminables conversaciones, el sitio desde donde se escuchan hoy los rezos por la dicha de todos los sobrinos, el imperecedero refugio de la familia Valerio todas las tardes de sábado.