Los aplausos que faltaban
Ensalzas, elogias, porras, banderines para jugadores de futbol, beisbol y baloncesto.
Gritos, chiflidos, coros para cantantes y para las más aclamadas bandas musicales del mundo.
Piropos de todo tipo para las escotadas reinas de los topes de verano.
Alabanzas para las carrozas del Festival de la Luces
Alboroto a los candidatos a la presidencia que bailan sobre las tarimas como torpes maromeros.
Sudor con sabor a adrenalina por el rugir de los motores de la Guácima.
Aplausos al piloto al aterrizar en el Juan Santamaría.
Lágrimas en el Teatro Nacional y en el salón de actos del kínder de mi hija.
Testigo de innumerables espectáculos, sucede que tenía la certeza que había estado en todos los espectáculos que un habitante regular de este planeta pudiera acudir que son dignos de un aplauso.
Pero, no fue así, nunca había presenciado el ensordecer aplauso a un enorme buque.
Me faltaban esos miles de niños de escuelas panameñas quienes aplaudían a un enorme carguero justo en medio de la Esclusa de Miraflores.
De todos los viejos y modernos barcos, testigos de las sorpresas que arroja el mar, de islas desiertas, de alambradas constelaciones y quizá de una que otra alborozada sirena, ese buque se llevó los aplausos de todos los chicos, sumados los míos, no sé si por la hazaña de quienes construyeron semejante obra de ingeniería que es el Canal, no sé si para dar ánimo a la tripulación por la travesía, al capitán del navio por rascar el casco tan justito de las esclusas, o a esos panameños que comprendieron bien lo que es el siglo XXI.