La despedida
Enrique ocupó su puesto temprano como de costumbre, pero todo ocurrió pronto. No llegaría temprano a casa. No podía.
Pasó el día completo en el parque tras algún remedio. Rebuscó en todas sus esquinas, pero el diario no repuso con algo. Ensayó varias veces lo que le diría a Ana, pero cada prueba salía peor. Y ese viejo reloj que tanto quiso, ahora lo torturaba. Era inevitable, la tarde caería en algún momento.
La tormenta no cesaba, pero la piel le bañaba las ropas más que el agua.
Enrique tomó por primera vez el camino más largo a casa. Al lado del malecón. Al sétimo piso se detuvo justo en frente unos instantes solo para apreciar por última vez aquella puerta. En el primer piso, el casero ya habría recobrado las llaves. Tocó una y más veces para revelar debajo del florero, justo al lado de la puerta una carta escrita a mano.
Mientras ella tomaba el tren, los chicos del al lado preguntaron: ¿señor por qué llora?
-El barco no se llamará Ana- respondió el marinero.
Pasó el día completo en el parque tras algún remedio. Rebuscó en todas sus esquinas, pero el diario no repuso con algo. Ensayó varias veces lo que le diría a Ana, pero cada prueba salía peor. Y ese viejo reloj que tanto quiso, ahora lo torturaba. Era inevitable, la tarde caería en algún momento.
La tormenta no cesaba, pero la piel le bañaba las ropas más que el agua.
Enrique tomó por primera vez el camino más largo a casa. Al lado del malecón. Al sétimo piso se detuvo justo en frente unos instantes solo para apreciar por última vez aquella puerta. En el primer piso, el casero ya habría recobrado las llaves. Tocó una y más veces para revelar debajo del florero, justo al lado de la puerta una carta escrita a mano.
Mientras ella tomaba el tren, los chicos del al lado preguntaron: ¿señor por qué llora?
-El barco no se llamará Ana- respondió el marinero.