¿Yo … desnudo?
Adan y Eva de Dürer.
Museo del Prado. Madrid
Una tarde de ardiente calor madrileño a mediados de 1998 recibí una inusual invitación de un amigo tico que al igual que yo andaba sediento de cerveza y de compañía femenina.
“Mae vámanos a un campo naturista (nudista) a ver españolas chingas” me dijo.
En seguida tomé el Metro fantaseando sobre lo bien que lo pasaríamos esa tarde.
Ya había estado en otros campos semi-nudistas, de observador en Suiza y Francia, donde disfruté desde bellas y juveniles mamas hasta flácidos y jubilados pechos.
Pero esta vez fue distinto. Para verlo todo, el visitante había de bajarse toda prenda.
Al ingresar me sentí como en una galeria de alabanza a la desnudez.
Justo al lado de un David de Miguel Ángel, un santuario de obras de artes se presentó ante mí.
Estaban “La Venus del espejo” de Velázquez, “El nacimiento de Venus” de Botticelli, “La maja desnuda” de Goya, “Adan y Eva” de Dürer, “El Jardín de las Delicias” de El Bosco, “La Mujer desnuda” de Toulouse-Lautrec, “Las señoritas de Avignon” de Picasso, y “La Mujer Durmiente” de Pierre-Auguste Renoir.
Este era el Paraíso y yo no quería ser expulsado.
Por eso, para armarme de valor y entrar en escena en frente de mi amigo y de estas obras de arte, me bajé un galón de cerveza fría.
Mi amigo, ya en pelotas, empezó con la presión social. “Mae o se quita todo o nos echan de aquí” me dijo molesto.
El pudor pudo más. La cerveza no sirvió de nada, solo para hinchar la vejiga.
¿Y si Spencer Tunick, el afamado fotógrafo de desnudos estuviera por aquí? Aterrado me pregunté.
Fracasé.
Sin siquiera probar la fruta prohibida, nos vimos obligados a abandonar el Paraíso.
Mi buen amigo aun me aborrece por esta huida.
Hoy, la verdad pienso que para no hacer lo de Cecilia Giménez, la mujer que acabó destruyendo la pintura del Ecce Homo en el santuario español de Borja, mejor que me retiré de este picaresco escenario.
Eso sí, llevaré por siempre la satisfacción de cargar con el bello recuerdo de ese puñado de deidades que justo en frente de mis ojos, me mostraron sus más íntimos encantos.