Buzios
No todos los días se cruza el Amazonas rumbo a Río de Janeiro.
A tres horas de Ipanema, unas esplendorosas playas se esconden. Se trata del rincón que recibió los frescos pechos de Brigitte Bardot en 1964. Otra, como Punta Azul, la de Uruguay pero menos fanfarrona.
Afanoso tomé un boté y con la ambición portuguesa de surcar todas las costas tropecé con algunos inimaginables rincones como la casa de Ronaldiño y la de Roberto Carlos. Geribá, Ferradurinha, Ferradura, Forno y Brava son las orillas de mar de este bello litoral.
Calles adoquinas, celeste cielo, arena blanca, deliciosos restaurantes y galerías de arte. En playa, dos Ossos, justo al lado de la iglesia de Santa Anna una pareja de jóvenes se oculta bajo las sombras del atardecer para besarse un rato antes de ir a hacer las tareas escolares. Momento que elijo para tomar un par gaipiriñas. De pronto soy abordado por varias alegres brasileñas acompañadas de un norteamericano. En portuñol a ratos y en inglés a otros, intentan seducirme a pesar del anillo. Ante mi reticencia, el gringo me dice que conoció a su esposa en Buzios y me muestra a una hermosa chica. “Yo conocí a la mía en Chepe y también feliz soy” le respondí apurando la cuenta.
Regresaré con la promesa de que lo que dije a ese encubierto celestino era cierto.
A tres horas de Ipanema, unas esplendorosas playas se esconden. Se trata del rincón que recibió los frescos pechos de Brigitte Bardot en 1964. Otra, como Punta Azul, la de Uruguay pero menos fanfarrona.
Afanoso tomé un boté y con la ambición portuguesa de surcar todas las costas tropecé con algunos inimaginables rincones como la casa de Ronaldiño y la de Roberto Carlos. Geribá, Ferradurinha, Ferradura, Forno y Brava son las orillas de mar de este bello litoral.
Calles adoquinas, celeste cielo, arena blanca, deliciosos restaurantes y galerías de arte. En playa, dos Ossos, justo al lado de la iglesia de Santa Anna una pareja de jóvenes se oculta bajo las sombras del atardecer para besarse un rato antes de ir a hacer las tareas escolares. Momento que elijo para tomar un par gaipiriñas. De pronto soy abordado por varias alegres brasileñas acompañadas de un norteamericano. En portuñol a ratos y en inglés a otros, intentan seducirme a pesar del anillo. Ante mi reticencia, el gringo me dice que conoció a su esposa en Buzios y me muestra a una hermosa chica. “Yo conocí a la mía en Chepe y también feliz soy” le respondí apurando la cuenta.
Regresaré con la promesa de que lo que dije a ese encubierto celestino era cierto.