La cometa
![Imagen](/uploads/1/6/0/7/16071242/9407435.jpg?283)
En el otro extremo de la cometa yace un niño.
Es verano, las brisas del norte arrastran el papelote más allá del profundo río. La cuerda es larga, lo cual permite a la cometa sobrevolar foráneas tierras por encima de las arboledas, campos de golf y mansiones. Elegantes residencias donde algunos peludos y exóticos perros sacan a pasear a las cholas del uniforme doméstico. El chico no conoce ese lado del rio, por eso tiene envidia de su coloreado y vivaz barrilete, que zigzagueando por los aires disfruta de esos bellos palacetes y de esas adoquinadas calzadas.
En el otro extremo de la cometa, el niño vive poco más o menos en solitario.
Su padre, guarda de una fábrica, trabaja cuando todos duermen y su madre, que también es una chola del uniforme doméstico antes de irradiar los primeros rayos de sol, prepara el desayuno a sus amos. Su barrio hiede a caño sucio. En medio del arenero y la mugre que otrora fuera un parque, todas las mañanas el niño encumbra alto su cometa, cada vez más arriba y cada vez más allá de las fronteras de su triste realidad, mientras algunos chicos juegan al futbol en la calle, y otros, los más grandes traman algo para la noche.
En el otro extremo de la cometa, la miseria recibe pocas visitas.
Incluso hasta la policía y la ambulancia hace tiempo se dieron de alta. Sin embargo, una dama de la caridad detiene su paso en medio del tierrero para preguntar al chico: ¿Qué quieres hacer cuando crezcas?
Mirando al cielo, el niño empuñando fuerte la cuerda y como aferrándose a ella, responde con anhelo: “quiero volar tan alto como mi cometa”