Dilemitismo y covid 19
El dilemitismo. Crisol donde se cocinan las teorías de los abogados y médicos: condena o libertad; con lugar o sin lugar; sano o enfermo; normal o anormal. También de las religiones: infierno o cielo, fiel o ateo; y sin olvidar de la política y la economía: nacionalismo o integración. Claro que está también de toda la sociedad: hombre o mujer, flaco o gordo, rico o pobre, inteligente o tonto, negro o blanco, bello o feo, capitalismo o comunismo, norte o sur, casado o soltero.
Somos binarios. Como Hamlet, somos o no somos, o en el peor de los casos creemos que solo tenemos dos opciones para elegir como si el universo no fuera tan diverso como la naturaleza misma. El Positivismo vino a sellar este paradigma social para poder medir los fenómenos sociales, para intentar tener control de la realidad.
Para que exista un dilema, es preciso que haya dos opciones, la positiva o la negativa, o que creemos que hay solo dos porque es lo más conveniente. Reducimos el análisis de la realidad a la elección de los extremos por considerarlo menos arriesgado que entrar a considerar los otros posibles cursos que pueden tener nuestras decisiones.
El dilemitismo no es el problema, lo es creer que solo tenemos dos opciones para elegir. Cuando esto ocurre, millones de personas caen en la indiferencia, la discriminación y en la invisibilización, desde las población LGTBI hasta las personas con discapacidad física o mental, entre otros muchos más.
En Bioética, salvo contadas ocasiones, las cuestiones deberían ser enfocadas como problemas, no como dilemas. El dilema generalmente trata de aplicar una racionalidad a la hora de buscar soluciones, mientras que la problemática pone más el acento en el procedimiento, en el camino empleado.
En el escenario del dilemitismo, se considera que la Bioética debe ofrecer razones para tomar la decisión correcta, usualmente la que más probabilidad de éxito tiene, con el inconveniente de que los asuntos éticos se resuelven como problemas técnicos; así las decisiones éticas terminan siendo tecnócratas, por ejemplo cuando se afirma que un tratamiento no hace daño porque se ha probado antes o está registrado para otros usos.
Como consecuencia de lo anterior, las decisiones terminan siendo todas utilitaristas al maximizar las preferencias a favor de la mayor cantidad de personas implicadas. Sin embargo, en algunos casos, esto es correcto cuando por razones de Salud Pública, por ejemplo, se rastrean contactos por enfermedades contagiosas o se procede al aislamiento social.
El dilemitismo tiene como uno de sus inconvenientes más graves crear, fomentar y reproducir a los dueños de la verdad, aquellos que no aceptan más verdad que la suya porque la otra es equivocada o inmoral, imponiéndola a los demás como universal y inmutable.
La mentalidad problemática es distinta. Se parte siempre de que la realidad es mucho más rica de lo que imaginamos y nadie puede abarcar la realidad en toda su complejidad. Al juzgar lo único que hemos de poner en común es la reflexión y la prudencia. En su procedimiento nadie posee la verdad moral absoluta, por lo tanto es necesaria la deliberación moral colectiva: todas las perspectivas de todas las personas afectadas son importantes. Aquí radica en buena parte la razón por la cual no se acude a la mentalidad problemática puesto que algunos no quieren escuchar a muchos y aun cuando sea posible, los mecanismos de participación social son muy formales como los plebiscitos y en otros casos, poco asequibles para una inmensa mayoría. Aun la Democracia más consolidada falla.
Claro que la vida no puede solo componerse de decisiones basadas en la problemática, puesto que en algún momento habrá de tomar una u otra posición. Para conciliar el dilemitismo y la problemática parece que el camino a tomar es una deliberación racional y prudente pero valorando todos los escenarios posibles y alternativas de solución.
Al dilemistismo hay que acudir solo cuando verdaderamente existan dos opciones o cuando los Derechos Humanos y la dignidad humanan lo establezcan; me parece que todos estaremos de acuerdo en elegir entre esclavitud y libertad.
Hoy, de frente a la pandemia del covid-19, como en tiempos de guerra, entre cerrar o abrir fronteras o, entre libertad o aislamiento, queda bastante evidente que el razonamiento se inclina hacia la vida y la salud. Sin embargo, el enfoque de los problemas ha cobrado vigencia si se acepta que hay más escenarios y otras salidas.
Desde esta dialéctica, la evidencia y el concurso de los actores sociales existentes, mediante los canales legales y democráticos, deberian ser la pauta para sugerir los pasos a seguir.
Somos binarios. Como Hamlet, somos o no somos, o en el peor de los casos creemos que solo tenemos dos opciones para elegir como si el universo no fuera tan diverso como la naturaleza misma. El Positivismo vino a sellar este paradigma social para poder medir los fenómenos sociales, para intentar tener control de la realidad.
Para que exista un dilema, es preciso que haya dos opciones, la positiva o la negativa, o que creemos que hay solo dos porque es lo más conveniente. Reducimos el análisis de la realidad a la elección de los extremos por considerarlo menos arriesgado que entrar a considerar los otros posibles cursos que pueden tener nuestras decisiones.
El dilemitismo no es el problema, lo es creer que solo tenemos dos opciones para elegir. Cuando esto ocurre, millones de personas caen en la indiferencia, la discriminación y en la invisibilización, desde las población LGTBI hasta las personas con discapacidad física o mental, entre otros muchos más.
En Bioética, salvo contadas ocasiones, las cuestiones deberían ser enfocadas como problemas, no como dilemas. El dilema generalmente trata de aplicar una racionalidad a la hora de buscar soluciones, mientras que la problemática pone más el acento en el procedimiento, en el camino empleado.
En el escenario del dilemitismo, se considera que la Bioética debe ofrecer razones para tomar la decisión correcta, usualmente la que más probabilidad de éxito tiene, con el inconveniente de que los asuntos éticos se resuelven como problemas técnicos; así las decisiones éticas terminan siendo tecnócratas, por ejemplo cuando se afirma que un tratamiento no hace daño porque se ha probado antes o está registrado para otros usos.
Como consecuencia de lo anterior, las decisiones terminan siendo todas utilitaristas al maximizar las preferencias a favor de la mayor cantidad de personas implicadas. Sin embargo, en algunos casos, esto es correcto cuando por razones de Salud Pública, por ejemplo, se rastrean contactos por enfermedades contagiosas o se procede al aislamiento social.
El dilemitismo tiene como uno de sus inconvenientes más graves crear, fomentar y reproducir a los dueños de la verdad, aquellos que no aceptan más verdad que la suya porque la otra es equivocada o inmoral, imponiéndola a los demás como universal y inmutable.
La mentalidad problemática es distinta. Se parte siempre de que la realidad es mucho más rica de lo que imaginamos y nadie puede abarcar la realidad en toda su complejidad. Al juzgar lo único que hemos de poner en común es la reflexión y la prudencia. En su procedimiento nadie posee la verdad moral absoluta, por lo tanto es necesaria la deliberación moral colectiva: todas las perspectivas de todas las personas afectadas son importantes. Aquí radica en buena parte la razón por la cual no se acude a la mentalidad problemática puesto que algunos no quieren escuchar a muchos y aun cuando sea posible, los mecanismos de participación social son muy formales como los plebiscitos y en otros casos, poco asequibles para una inmensa mayoría. Aun la Democracia más consolidada falla.
Claro que la vida no puede solo componerse de decisiones basadas en la problemática, puesto que en algún momento habrá de tomar una u otra posición. Para conciliar el dilemitismo y la problemática parece que el camino a tomar es una deliberación racional y prudente pero valorando todos los escenarios posibles y alternativas de solución.
Al dilemistismo hay que acudir solo cuando verdaderamente existan dos opciones o cuando los Derechos Humanos y la dignidad humanan lo establezcan; me parece que todos estaremos de acuerdo en elegir entre esclavitud y libertad.
Hoy, de frente a la pandemia del covid-19, como en tiempos de guerra, entre cerrar o abrir fronteras o, entre libertad o aislamiento, queda bastante evidente que el razonamiento se inclina hacia la vida y la salud. Sin embargo, el enfoque de los problemas ha cobrado vigencia si se acepta que hay más escenarios y otras salidas.
Desde esta dialéctica, la evidencia y el concurso de los actores sociales existentes, mediante los canales legales y democráticos, deberian ser la pauta para sugerir los pasos a seguir.