La llamada del Farolito
En la vida, algunas cosas están ahí para uno.
Desde el año 1995, mi sueño había sido realizar estudios en Salud Pública en España, luego de un intento frustrado en la Universidad de Costa Rica. En esa época, el organismo encargado para tal efecto era la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) donde habría de presentar una enorme cantidad de requisitos, algunos de los cuáles incluían varias cartas de recomendación.
En razón de la cantidad de personas de toda América Latina que solicitaban estas becas, las limitaciones de las universidades españolas, pero sobre todo de los recursos financieros de la AECI y posiblemente por no reunir las exigencias para ser becado, la beca me fue rechazada en el 95, en el 96 y finalmente en el 97.
Esta última vez, doña Elizabeth Odio fue mi patrocinadora rubricando una magnífica carta de recomendación que aún lamento no haberme dejado una copia. ¡Ni así ¡ me dije.
La Escuela Andaluza de Salud Pública de Granada me había aceptado así como la Escuela Nacional de Sanidad de Madrid, pero no tenía “la pasta” para cubrir los costos. Fue cuando decidí iniciar los trámites para un préstamo con CONAPE.
Ese día estaba yo en mi escritorio laborando, como de costumbre, cuando de pronto recibí una llamada telefónica. Era del “Farolito” ( La oficina de AECI en Costa Rica). Una amable voz me indicaba que la beca era mía.
¡Imposible!” - respondí – “tengo aquí el telegrama de ustedes en el que me dicen que la beca no fue aceptada” – agregué. Entonces fue cuando la representante de la AECI me dijo: “ es cierto, lo que pasa es que la persona a la que se le dió la beca, no la aceptó y el siguiente en la lista es usted “. ¡Pegué brincos de una pata!
Gracias al incondicional apoyo de doña Sandra Pizk, quien era la Defensora de los Habitantes, Rolando Vega, el Adjunto y mi bien ponderara exjefa y profesora de Derecho, doña Lilliana Arrieta, partí hacia Madrid en abril de 98 luego del pedido de doña Sandra de no irme en febrero a Andalucía para dejar concluido unos pendientes del afamado caso de los pacientes sobreirradiados.
Cuando te toca, te toca, pero hay que ser persistente porque las cosas buenas de la vida no tocan la puerta por sí solas.
Desde el año 1995, mi sueño había sido realizar estudios en Salud Pública en España, luego de un intento frustrado en la Universidad de Costa Rica. En esa época, el organismo encargado para tal efecto era la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) donde habría de presentar una enorme cantidad de requisitos, algunos de los cuáles incluían varias cartas de recomendación.
En razón de la cantidad de personas de toda América Latina que solicitaban estas becas, las limitaciones de las universidades españolas, pero sobre todo de los recursos financieros de la AECI y posiblemente por no reunir las exigencias para ser becado, la beca me fue rechazada en el 95, en el 96 y finalmente en el 97.
Esta última vez, doña Elizabeth Odio fue mi patrocinadora rubricando una magnífica carta de recomendación que aún lamento no haberme dejado una copia. ¡Ni así ¡ me dije.
La Escuela Andaluza de Salud Pública de Granada me había aceptado así como la Escuela Nacional de Sanidad de Madrid, pero no tenía “la pasta” para cubrir los costos. Fue cuando decidí iniciar los trámites para un préstamo con CONAPE.
Ese día estaba yo en mi escritorio laborando, como de costumbre, cuando de pronto recibí una llamada telefónica. Era del “Farolito” ( La oficina de AECI en Costa Rica). Una amable voz me indicaba que la beca era mía.
¡Imposible!” - respondí – “tengo aquí el telegrama de ustedes en el que me dicen que la beca no fue aceptada” – agregué. Entonces fue cuando la representante de la AECI me dijo: “ es cierto, lo que pasa es que la persona a la que se le dió la beca, no la aceptó y el siguiente en la lista es usted “. ¡Pegué brincos de una pata!
Gracias al incondicional apoyo de doña Sandra Pizk, quien era la Defensora de los Habitantes, Rolando Vega, el Adjunto y mi bien ponderara exjefa y profesora de Derecho, doña Lilliana Arrieta, partí hacia Madrid en abril de 98 luego del pedido de doña Sandra de no irme en febrero a Andalucía para dejar concluido unos pendientes del afamado caso de los pacientes sobreirradiados.
Cuando te toca, te toca, pero hay que ser persistente porque las cosas buenas de la vida no tocan la puerta por sí solas.