Discriminación
Tuve el infortunio de poner un pie en el Benito Juárez el preciso día en que México notificó al mundo que le cayó encima la epidemia de la gripe A (H1N1).
De paso hacia Cancún, para llegar a tiempo a un congreso sobre medicina reproductiva, el aeropuerto parecía amenazado por una guerra bacteriológica de esas que anunciaba Saddam Hussein.
Desplomé en crisis cuando todos los que me rodeaban portaban un cubrebocas, mientras el puesto de enfermería colocaba un mensaje de que éstos se habían agotado.
Llegué a Cancún donde recobré la tranquilidad con el falso sentimiento de seguridad de que el problema era sólo del DF. En Cancún participé en las reuniones de trabajo y luego me dediqué a la vida que me merezco: arena blanca, cielo azul, mar turquesa, langosta al almuerzo y a la cena, y las demás atracciones yucatecas.
Lo triste vino después al pasar de nuevo por el Benito Juárez, pero lo peor fue llegar a Costa Rica.
De pronto, todos los que veníamos de México nos convertimos en sospechosos de portar un virus que no se sabía de qué se trataba y que ya había quitado la vida a varios cientos.
En el trabajo y en la casa, me declararon en cuarentena por recomendación de los médicos que, con trajes especiales, se encontraban apostados en los improvisados toldos de la Caja y, en el condominio todos me miraban con ojos feos y me saludan de lejitos.
Todo salió bien por suerte, pero a pesar de que comprendo que las medidas de aislamiento fueron impuestas con el fin de proteger la salud de las demás personas, por varios días sufrí como quienes han sido segregados y discriminados arbitrariamente.
Por otra parte, recordemos que la discriminación, en muchas ocasiones, surge por un temor infundado y es una ofensiva ante lo desconocido, sobre todo si se trata de infecciones transmisibles, incurables y mortales.
Finalmente, recuerde usted que algunas enfermedades son prevenibles por medio de las vacunas que la Salud Pública recomienda, así como por medio del protocolo del lavado de manos y del estornudo.
Yo por mi parte, además, ahora no salgo del Santamaría sin mi cubrebocas… “por aquello de las moscas”.