El campanazo
Camilo apenas alcanzaba los diez años, cuando ya era el monaguillo más adorado por todos. El mejor servidor del altar, siempre a tiempo, siempre con su traje rojo y blanco y siempre dispuesto con la cruz, los cirios, el incienso o el Misal.
La Iglesia, recién construida, era el orgullo del pueblo y el retoque de las campanas recordaba a la comarca que ya era hora de la misa, del rezo y de la procesión.
Las campanas, fundidas en España, eran de lo más valioso; claro está, después del altar.
Por esta razón, el Padre Benito confiaba solo a Camilo su retoque, todos los días, todas las horas.
- Camilo, anda y toca las campanas, que la misa ya va a dar inicio- le dijo ese día el Padre a Camilo.
El monaguillo, en seguida se dirigió al campanario y tiró fuerte de las cuerdas.
Pero la campana solo dio una tonada.
El Padre y un par de monjas, intrigados con la repentina afonía del campanario, corrieron a revelar el misterio del altar, pero solo alcanzaron a distinguir un par de pequeñas sandalias que se asomaban por debajo de la campana.
-A ese si que no lo salvó la campana- dijo mi abuela.
Camilo apenas alcanzaba los diez años, cuando ya era el monaguillo más adorado por todos. El mejor servidor del altar, siempre a tiempo, siempre con su traje rojo y blanco y siempre dispuesto con la cruz, los cirios, el incienso o el Misal.
La Iglesia, recién construida, era el orgullo del pueblo y el retoque de las campanas recordaba a la comarca que ya era hora de la misa, del rezo y de la procesión.
Las campanas, fundidas en España, eran de lo más valioso; claro está, después del altar.
Por esta razón, el Padre Benito confiaba solo a Camilo su retoque, todos los días, todas las horas.
- Camilo, anda y toca las campanas, que la misa ya va a dar inicio- le dijo ese día el Padre a Camilo.
El monaguillo, en seguida se dirigió al campanario y tiró fuerte de las cuerdas.
Pero la campana solo dio una tonada.
El Padre y un par de monjas, intrigados con la repentina afonía del campanario, corrieron a revelar el misterio del altar, pero solo alcanzaron a distinguir un par de pequeñas sandalias que se asomaban por debajo de la campana.
-A ese si que no lo salvó la campana- dijo mi abuela.