Made in Costa Rica
"Hello again, everybody. It's a bee-yooo-tiful day for baseball" dijo Harry Caray (1914-1998) como de costumbre. Es el Wrigley Field de Chicago durante una soleada mañana.
"The pitch!” sigue narrando nuestro anteojudo amigo a la altura de la tercera entrada. Luego de un buen “swing” el balón cruza por los aires. Ferris Bueller, que se ha escapado ese día del colegio, desde la gradería lo atrapa mostrando su hazaña a las cámaras.
Pero ¿de dónde vino esa pelota de baseball?
Con toda seguridad de la fábrica Rawlings Sporting Goods afincada en nuestra querida Turrialba. La fábrica se retiró de Haití con ocasión de unos brutales acontecimientos políticos y civiles a finales de la década de los ochenta en esta isla.
Los centros de corcho y hule, la piel de vaca Holstein de Tennessee y la fibra de lana de Nueva Zelanda que forman parte de las pelotas de baseball son enviadas a Turrialba, donde más de 300 trabajadores costarricenses hilvanan a mano afanosamente y con entusiasmo el hilo rojo de las bolas de las Grande Ligas de Baseball.
Estas son las pelotas que son espléndidamente lanzadas al plato con efectos especiales por parte del cubano-americano Gio González de los Washington Nationals, por las del dominicano Johnny Cueto de los Reds, por las de Justin Verlander de los Dodgers y por las de Roy Halladay de los Phillies.
Son las bolas que llegan a los guantes de los fans quienes las esperan en las graderías cuando son arrojadas por jonroneros como José Bautista de los Toronto Blue Jays, Albert Pujols de Los Angeles Angels o por Mark Teixeira de los Yankees.
¿Conocen estos jugadores de la existencia de esta maquila en el seno del valle turrialbeño?, ¿Los fans acaso?
Seguramente que no, como tampoco con toda seguridad los costarricenses no sabemos dónde se fabrican las del futbol.
Lo divertido es que estos anónimos artesanos turrialbeños, que se ganan la vida para la industria del baseball, no les importa mucho que nadie los conozca. Ellos están trabajando.
En un país del futbol, es natural también que manifiesten no interesarles ni agradarles este deporte que tanto apasiona a los norteamericanos, cubanos, venezolanos y dominicanos.
Es cierto que nadie sabe para quién trabaja.
Pero también es cierto que en una sociedad concentrada en los resultados, nadie sabe ni le interesa saber quién hace posible que las historias tengan un final feliz.